Pastel de Natas
Yo crecí
tomando leche bronca, o sea, leche
recién ordeñada, no procesada, no pasteurizada. Y todo gracias a que en Zamora,
los granjeros de los pueblos de alrededor, vendían directamente su producto en
la ciudad. El lechero pasaba por
nuestra calle en su camioneta, tocando el claxon. Mi mamá gritaba “la leche” y
mis hermanas y yo buscábamos la olla grande y salíamos corriendo a comprar un
litro. Mi mamá bajaba en tubos a pagar (eso no se si sea cierto, pero así me la
acabo de imaginar, así que ustedes imagínensela también). Como les comenté, la
leche no estaba pasteurizada así que mi mamá la ponía a hervir y muchas veces
nos ponía a nosotras a cuidarla, lo cual era una tarea muy estresante. Tenias que
estar al pendiente porque en cuanto la leche comienza a hervir, forma espuma y
sube y sube y se tira. Todo el proceso es muy lento, excepto cuando la espuma
sube, si parpadeas se te tira toda la leche! Según la científica de mi madre, le
tienes que apagar en el momento exacto, y tienes que repetir el proceso 3 veces para matar todas las
bacterias, cabe mencionar que jamás nos enfermamos por causa de la leche, lo
cual valida el título de científica de mi madre. Pero como olvidar sus gritos cada que se le olvidaba que había
dejado la leche hervir. Y es que limpiar
la espuma quemada de la estufa no era tarea fácil. Ahora entiendo porque muchas
amas de casa optan por cubrir toda la estufa con papel aluminio. Se ve bastante
naco, pero tu estufa futurista luce como nueva cuando tienes visita.
A la
leche recién hervida se le forma una capa, la cual se llama nata y es el
ingrediente secreto de muchas recetas de comida Mexicana. Mi mamá guardaba las
natas de la leche y hacía el pastel más delicioso que se puedan imaginar. Una
simple rosca de natas, sin betún.
Una
rosca tan sin chiste que cuando íbamos a comidas, mi mamá colocaba su pastel “X”
en la mesa de postres y era ignorado. La gente prefería el pastel de betún
blanco del Soriana antes que la rosca sin chiste de mi madre. Mi papá, mis
hermanas y yo tampoco la comíamos porque sabíamos que en la casa había cinco
roscas más.
A mi
mamá , aunque tiene muy buen sazón, nunca le ha gustado cocinar, pero si tiene
que hacerlo, lo hace por volumen. Con decirles que hasta llegó a congelar una
rosca para guardarla para mi cumpleaños que era un mes después!
Mi mama
jamás podía resistir su propio pastel, ella medio probaba los otros postres y concluía
que el suyo era el mejor y lo partía. Ya una vez partido, mi papá, mis hermanas
y yo que también habíamos concluido que su pastel era el más bueno y menos
empalagoso, nos servíamos una rebanada grande. Eso hacía que algún curioso se
sirviera una rebanada muy pequeña. Al final de la fiesta, quedaban las sobras en los platos de
los demás pasteles, sobre todo del betún empalagoso. Del pastel de mi mamá no quedaban
ni boronas. No quedaba evidencia alguna de que hubiera existido, lo cual volvía
locos a los que no lo probaron, porque ni siquiera sabían de que pastel
hablaban aquellos que no dejaban de alabar a mi mamá y que se arrepentían de no
haberse servido una rebanada mas grande.
Yo
secretamente disfrutaba del espectáculo: Eso les pasa por despreciar el pastel
feo de mi madre, las apariencias engañan culebras!
Les
aclaro que hacer el pastel feo no era nada fácil. Primero que nada requería una fuerte cantidad de natas, lo
cual significaba coleccionarlas por varias semanas (Correr con la olla para alcanzar
al lechero, hervir la leche tres veces, los gritos de mi mamá y guardar las
natas). Aun me acuerdo del contenedor amarillo donde mi mamá batía a mano la
harina con la masa del pastel. Esa era mi parte favorita, meter mis manos recién
lavadas (eso creo) en la mezcla y batirla en forma envolvente. Era trabajo de
dos personas, una batía, la otra agregaba la harina cernida poco a poco.
La
parte que odiaba era engrasar y enharinar los moldes para el pastel. La tarea
de engrasar el molde es relajante porque la mantequilla se resbala suavemente
en la superficie, cubrirla con harina sin tirarla es todo lo contrario, sobre
todo si el maldito molde tiene un hoyo en medio. La escoba le hace los mandados
a la harina, un trapo mojado la convierte en engrudo, lo mejor es la
aspiradora, pero quien va a bajar la aspiradora del tercer piso para limpiar un
poco de harina?
La casa
olía riquísimo cuando los pasteles estaban en el horno. Pero que lata estar
picando el pastel para ver si ya estaba listo. Cada que abría el horno y sentía esa ráfaga de calor infame en
mi cara, escuchaba al mismísimo diablo diciéndome “Bienvenida a casa Vanessita”.
Cuando el pastel por fin estaba listo mi mamá lo tenia que desmoldar. Era un
placer cuando un pastel se desmoldaba perfectamente pero que coraje daba cuando
la mitad del pastel se quedaba pegada en el molde y yo era regañada por no
haberlo engrasado bien. Ni modo, a
parchar el pastel.
El
siguiente paso era envinar el pastel con jugo de piña y ron. Ahí es cuando yo
me vengaba del pastel por haberse quedado pegado y lo picaba salvajemente con
un tenedor. Ahora imagínense la rosca parchada y picoteada salvajemente, esa es
la imagen del delicioso pastel de natas de mi madre.
Zamora
y sus alrededores han crecido mucho por lo que Toño el lechero, ya no pasa por
mi casa vendiendo leche, o Toño el lechero se asustó de que mi hermana la más
chica lo llamara papá! (Mi papá se llama Antonio, así que mi hermana que apenas
estaba aprendiendo a hablar hizo la errónea conexión de que Toño = papá).
Nos
quedamos sin leche bronca y sin natas, pero no sin el pastel mi mamá , quien ha
sustituido las natas por mantequilla. Y aunque no es lo mismo, el pastel parchado, picado y torturado
de mi madre fue y seguirá siendo mi pastel favorito.
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